La comida y yo.
Me gusta comer, me encantan los
sabores dulces, salados, ácidos. Me gusta sentir el placer de saborear algo
delicioso. Me gusta notar como los ingredientes se mezclan en mi boca, los
sabores se fusionan, me gusta sentir su aroma. Me encanta tener una buena
conversación alrededor de una mesa, con una copa y una buena comida. Adoro
tomar un café con un dulce mientras hablo con mis familiares los domingos, me
gusta el arroz del campo, hecho en la candela, disfruto del chorizo de pueblo,
de la morcilla, de la ensalada, con lechuga recién cortada y los tomates con
aceite (mucho aceite).
Y eso me está matando.
Lentamente, sin darme cuenta. Cada día sobrealimento mi cuerpo, le proporciono
nutrientes que no necesita, grasas que puede almacenar (¡y vaya si lo hace!).
Cada día, decido que esto no puede seguir así, que la comida no es una droga,
que es el momento de ponerse firme, de comer lo necesario. Sé lo que es bueno
para mi cuerpo, sé de nutrición, conozco la teoría al dedillo. Podría hablar
horas sobre diferentes tipos de dietas, sobre las bases pseudocientíficas en
las que se basan la mayoría, podría hablar del azúcar, de los estudios que se
han realizado sobre la diabetes, de la industria alimentaria, de las grasas, de
los transgénicos, de las carnes y sus hormonas. Estoy bastante más informada
que la media.
Y aún así estoy gorda.
Sí, y tengo que escuchar que no
coma pan por parte de mi suegra, o que no cene por parte de algún “entendido”,
porque todo el mundo cree que tiene la solución a mi problema, todo el mundo se
siente con derecho a opinar sobre mi cuerpo, sobre mi alimentación, sobre mi
forma de vida “que si no te mueves” “que si eres una vaga” que si lo que te
pasa a ti es que no comes bien”…. ¡Iros a la mierda!
No soy tonta, no estoy
desinformada, sé perfectamente lo que tengo que hacer para estar más delgada, sé
lo que debo comer para estar más sana.
Y aún así estoy gorda.
¿Por qué? Porque me gusta comer.
Y ahora tengo que ser sincera.
Escribo esto para leerlo cada vez que quiera comer algo que no “deba”. Tengo
bultos en las piernas como nunca había tenido, mi papada ha batido records, me
duelen los pies siempre que ando, coger en brazos a mi hijo me mata, mis hemorroides son de órdago, la criculación de mis piernas pide auxilio, las manos se me hinchan. Me canso. Me asfixio. Mi salud no es buena. Y
tengo que decidir cómo quiero vivir mi vida.
Este es el momento. ¿Quieres
comer? Adelante, puedes ser una gorda feliz, nadie te lo impide, tu marido va a
quererte igual, tu hijo también. Pero vas a morir joven. Es así, jódete, pronto
tendrás la tensión alta, diabetes, o cualquier otra complicación asociada al
sobrepeso, ya te duelen las rodillas… tú decides. ¿quieres ser sana? Conciénciate,
piensa en la comida no como un placer sino como un combustible, un combustible
que hace que funciones bien, si le das a tu cuerpo el combustible equivocado
renqueará, puede que funcione bien un tiempo, pero tu cuerpo es una máquina, y
a todas las máquinas hay que hacerles un mantenimiento si queremos que nos
duren. Porque, cuando se te rompa este cuerpo no podrás ir a la tienda a
comprar otro. Esta es la maquina más importante que tienes. Y tú decides.